jueves, 12 de julio de 2007

X- Los hermanos

Mariel y Roberto siempre fueron dos hermanos bastante atípicos, las peleas fraternales jamás fueron parte de su niñez, compartían a lo largo del día diversos juegos, momentos de estudio; su padre nada propenso a que tuvieran amistades en el lugar los disciplinaba puertas adentro a su modo y criterio. De esa forma fueron creciendo...esa opresión paterna fue reflejándose en ellos de modo diferente. Mariel aún en su silencio se rebelaba con más frecuencia que su hermano, la mano dura de su padre y la ausencia de su madre en cuestiones domésticas iba moldeando una muchachita ávida de afecto y lo demostraba en sus consecutivos berrinches de niñita rica que sólo su hermano podía calmar...abrazándola. Nadie más podía acercársele, ella rechazaba cualquier contacto , su madre solo se ocupada de ella para programarle los vestidos de las fiestas que se daban en la casona.
Roberto en cambio sabia granjearse los favores de su padre, más hipócrita que Mariel podía anticiparse a los deseos de su progenitor y lo complacía servilmente, eso a ella la enojaba sobremanera y pasaba días enteros sin hablarle...aunque sabía que Roberto lo hacía sólo por aliviar la tensión del ambiente "familiar".
El vínculo fue haciéndose cada vez más férreo a medida que los años pasaron, ambos conocían al dedillo la personalidad del otro...cuando fingían ante su padre...cuando realmente estaban dolidos por alguna actitud...bastaba mirarse a los ojos para que el interior del otro se abriera como un espacio conocido.
Roberto supo a ciencia cierta, mejor que su padre que Mariel terminaría fugándose con ese campesino hosco e ignorante, que nada ni nadie podría impedirlo...ni los encierros a los que su padre la sometía ni a los ayunos de castigo. Su hermana poseía algo que él jamás tendría...espíritu indomable, convencimiento y esa llama interior que la hacía enfrentar a la peor de las adversidades con su rostro impasible.
Muchos años estuvieron alejados, él sabía de ella por los comentarios de la gente, por algún arriero que venia de la zona rural...y cuando llegó su hijo con su mensaje debió contener la inmensa alegría de verla nuevamente, de ayudarla, de poder compartír ese mundo que ellos tenían. Después de que ella se fue, sus padres hicieron de cuenta que habian perdido una hija, entre los llantos de su madre y los gritos de enojo de su padre poco a poco su nombre fue un recuerdo amargo en la casona, ni siquiera regreso para la muerte de su madre primero ni para la de su padre, 12 años después. Muchos creyeron que también habia muerto; para todos Roberto Méndez Larsen era el único heredero de la fortuna más importante de la zona.